El libro de Serhiy Plojy, “Las puertas de Europa”, es una de las más respetables obras históricas traducidas al inglés que habla sobre la historia de Ucrania. Si bien en algunas partes no es muy exacto, valió la pena traducirlo y conpartirlo por este medio.
Por medio de este enlace se puede descargar automáticamente el original. (En pdf)
CAPÍTULO I
EL BORDE DEL MUNDO
El primer historiador de Ucrania fue Herodoto, el propio padre de la historia. Este honor se reserva generalmente para la historia de países y pueblos pertenecientes al mundo Mediterráneo. Ucrania, un tramo de tierra de estepas, montañas y bosques al norte del Mar Negro, conocida por los griegos como “Pontos euxeinos” (Mar Hospitable, latinizado por los romanos como Pontus euxinus) fue una parte importante de ese mundo. Su importancia fue de una naturaleza particular. El mundo de Herodoto se centraba en las ciudades-estado de la antigua Grecia, extendiéndose de Egipto en el sur hasta Crimea y las estepas ponticas en el norte. Si Egipto era una tierra de cultura antigua y filosofía qué estudiar y emular, el territorio de la actual Ucrania era la frontera quintiesencial en donde la civilización griega encontró a su alter-ego bárbaro. Fue la primera frontera de la esfera política y cultural que llegó a ser conocida como “El mundo occidental”. Allí es donde comenzaba el Occidente, definiéndose a si mismo.
Herodotus, conocido en griego como Herodotos, salió de Halicarnassus, una ciudad griega en lo que hoy es Turquía. Durante el siglo V antes de Cristo, cuando vivió, y cuando escribió y recitó sus “Historias”, su lugar de nacimiento era parte del Imperio Persa. Herodoto pasó una buena parte de su vida en Atenas, vivió en el sur de Italia y cruzó de un lado a otro los mundos Mediterráneo y Medio-oriental, viajando a Egipto y Babilonia, dentro de muchos otros lugares. Un admirador de la democracia ateniense, escribió en griego iónico, pero sus intereses eran tan globales como lo podían ser en ese tiempo. Sus “Historias” quedaron luego divididas en nueve libros que hablaban de los orígenes de las guerras Greco-Persas que comenzaron en el 499 a.C. y continuaron hasta la mitad del siglo V a.C. Herodoto vivió durante gran parte de ese período e investigó sobre el tema por 30 años tras el fin de las guerras en el año 449. Describió el conflicto como una lucha épica entre la libertad y la esclavitud, el primero representado por los griegos y el segundopor lospersas. Aunque eso enfrentaba sus propias simpatías políticas e ideológicas, igualmente quería contar ambos lados de la historia. En sus propias palabras, sentó que “para preservar la memoria del pasado poniendo en registro los asombrosos logros tanto de Griegos como de Bárbaros”.
El interés de Herodoto en la parte “bárbara” de la historia volteó su atención a las estepas pónticas. En el 512 a.C., trece años antes del inicio de las guerras, Dario el Grande, por mucho el más poderoso gobernante del Imperio Persa, invadió la región para vengarse de los Escitas, que lo habían engañado. Los reyes escitas, gobernantes nómadas de un vasto reino al norte del Mar Negro, habían hecho que Darío marchara todo el camino desde el Danubio hasta el Don en bísqueda de su ejército altamente móvil sin darle la oportunidad de involucrarse en una batalla. Esta fue una derrota humillante para un gobernante que quería presentarse como una gran amenaza para el mundo Griego una década y media después. En sus “historias”, Herodoto no ahorró esfuerzos al relatar cualquier cosa que supiera o hubiera escuchado alguna vez sobre los misteriosos escitas y su tierra, costumbres y sociedad. Parecería que, a pesar de sus extensos viajes, nunca había visitado él mismo la región y tenía que basarse en historias que otros le contaban. Pero en su descripción detallada de los Escitas y las tierras y pueblos que gobernaban lo convirtieron no sólo en el primer historiador, sino también en el primer geógrafo y etnógrafo que habló sobre Ucrania.
Las tierras del norte del Mar Negro fueron colonizadas de primero alrededor del 45,000 antes de Cristo por cazadores neandertales de Mamuts, como hemos aprendido de excavaciones arqueológicas de sus construcciones. Unos 3,000 años después, los humanos que se mudaron a las estepas Pónticas, domesticaron al caballo, según más evidencia provista por los arqueólogos. Durante el quinto milenio antes de Cristo, los usuarios de la llamada “cultura Tripiliana-Cucuteni” se establecieron en las fronteras de las estepas boscosas entre el Danubio y el Dnipró, dedicándose a la crianza de animales y la agricultura, construyendo enormes poblados y produciendo estatuillas de arcilla y cerámicas coloridas.
Antes de que Herodoto comenzara a recitar fragmentos de su trabajo en festivales públicos en Atenas, muchos griegos sabían muy poco sobre el área al norte del Mar Negro. Su opinión sobre esa área era una tierra de salvajes y campo de juego de los dioses. Algunospensaban que había sido allí, en una isla a la desembocadura ya sea del Danubio o del Dnipró, que Aquiles, el héroe de las guerras troyanas y de la Ilíada de Homero, había encontrado su descanso eterno. Las amazonas, las guerreras femeninas de la mitología Griega que habían cortado sus pechos derechos para sostener más firmemente sus arcos, también vivían en esa área, supuestamente cerca del rio Don. Y luego estaban los feroces taurianos de la Crimea,una península que los griegos conocían como Taurica. Su princesa, la Iphigenia, no tenía misericordia a los viajeros, lo suficientemente desafortunados como para buscar refugio de las tempestades del Mar Negro en las costas montañosas de Crimea. Esta princesa se los sacrificaba a la diosa Artemis, quien la había salvado de una sentencia a muerte dictada por su padre Agamenón. Pocos querían viajar a tierras tan peligrosas como las que bordeaban el “Mar hospitalario”, que de hecho era incluso muy difícil de navegar y muy conocido por las tormentas que se desataban y aparecían de repente.
Los griegos escucharon deprimero sobre las tierras y pueblos del norte del Mar Negro de boca de una nación de guerreros llamados “Los cimerios”, quienes aparecieron en la Anatolia después de que los escitas los sacaron de las estepas pónticas durante el siglo VIII a.C. Los cimerios nómadas se mudaron de primero al cáucaso y luego al sur hacia Asia Menor, encontrándose con culturas Mediterráneas con una larga tradición de vida sedentaria y logros culturales. Allí, los guerreros nómadas eran conocidos como los bárbaros prototípicos, una reputación que incluso aparece en la Biblia, en la que Jeremías los describe como sigue:
“Están armados con arco y lanza; son crueles y no muestran misericordia. Suenan como el rugiente mar mientras cabalgan sobre sus caballos; vienen como hombres en formación de batalla a atacarte”.
La imagen de los cimerios como guerreros salvajes también se abrió camino en la cultura moderna popular. Arnold Scharzenegger interpretó a Conan el Bárbaro, un personaje ficticio inventado en 1923 por el escritor Robert E. Howard, como el rey de Cimeria en un logro de Hollywood de 1982.
La Crimea y las costas norte del Mar Negro se volvieron parte del universo Griego durante los siglos VII y VI antes de Cristo, luego de que los cimerios fueron forzados a dejar sus tierras. Comenzaron a emerger numerosas colonias griegas en la región, muchas de ellas fundadas por colonos de Mileto, uno de los más poderosos estados griegos de la era. Sinope, fundado por Miletianos en la costa sur del Mar Negro, incluían Panticapaeum cerca de la actual ciudad de Kerch, Theodosia en el sitio de la presente Feodosiia, y Quersoneso cerca de la moderna Sevastopol, las tres en la Crimea. Pero por mucho la colonia Mileta más conocida era Olbia en la desembocadura del rio “Buh del sur”, en donde fluye al estuario del enorme Dnipró, combinando sus aguas en el Mar Negro. La ciudad tenía murallas de piedra, una acrópolis y un templo a Apolo. Según los arqueólogos, Olbia llegó a abarcar más de 120 acres en su época de mayor movimiento. Incluso albergaba hasta 10,000 personas, en una ciudad demócrata en su gobierno, y en relaciones con su ciudad madre de Mileto.
La prosperidad de Olbia, como el bienestar de las otrs ciudades y emporios griegos en la región, dependía de las buenas relaciones con la población local de las estepas cercanas. Al tiempo de fundación de la ciudad y a lo largo de su período de mayor prosperidad, durante los siglos V y IV antes de Cristo, los locales eran los escitas, un conglomerado de tribus de origen Iranio. Los griegos de Olbia y sus vecinos no sólo vivían lado a lado con ellos, y comerciaban, sino que también se casaban entre ellos, dando origen a una gran población de híbridos entre griegos y “bárbaros” cuyas costumbres también eran una mezcla de ambas culturas. Los comerciantes de Olbia, y los marineros, enviaban cereales, pescado seco y esclavos a Mileto y otras partes de Grecia, trayendo de regreso vino, aceite de oliva y artículos artesanales griegos, incluídos textiles y artesanías de orfebrería que vendían en los mercados locales. También había artículos de lujo hechos de oro, como hemos descubierto en excavaciones a sitios mortuorios de reyes escitas. Las estepas del sur de Ucrania están cundidas de montículos mortuorios, ahora reducidos a pequeñas colinas y conocidos en ucraniano como “Kurhany”.
Por mucho, la pieza más impresionante del llamado “oro escita” es un pectoral de tres piezas, descubierta en el sur de Ucrania en 1971, que puede ser observada en la actualidad en el Museo Ucraniano de Tesoros Históricos en Kyiv. El pectoral, que probablemente data del siglo IV antes de Cristo, y alguna vez decoró el pecho de un rey escita, nos recuerda cómo era la economía y labores de la sociedad escita. En su centro hay una representación de dos escitas barbudos arrodillados con una piel de oveja a modo de abrigo. Dado el material del que está fabricado el pectoral entero, recuerda uno de los vellocinos de oro de los argonautas, símbolo de autoridad y de condición real. A la derecha e izquierda de la escena central se ven imágenes de animales domésticos, caballos, vacas, ovejas y cabras. También hay imágenes de eslavos escitas, uno ordeñando una vaca. El pectoral deja pocas dudas de que los escitas vivieron un una sociedad totalmente machista y patriarcal de guerreros de las estepas cuya economía dependía de la crianza animal.
Si las imágenes de escitas y animales domesticados nos insertan en el mundo Escita, las de animales salvajes representados en el pectoral nos dicen más de cómo los griegos imaginaban la frontera más lejana de su universo, que la vida real de las estepas ponticas. Los leones y panteras persiguen jabalíes y ciervos, mientras que grifos alados, los animales más poderosos de la mitología griega, formados de mitad águila mitad león, atacan a los caballos, los animales más importantes en la vida escita. El pectoral es un símbolo ideal, no sólo de la transfetencia cultural griega, sino también de interacción entre ambos mundos, griego y escita, en las estepas ponticas.
Este entrelazamiento de culturas permitió a Herodoto recolectar el tipo de información sobre la vida escita, que ninguna excavación arqueológica podría proveernos. El mito base de los escitas, sin duda pertenece a esa categoría: “Según la narración que los propios escitas dan, ellos son los más jóvenes en todas las naciones”, afirma Herodoto en sus “Historias”, supuestamente descendían de un tal Targigatus, quien tenía tres hijos. “Mientras ellos aún gobiernaban la tierra, cayeron del cielo cuatro implementos, todos de oro – un arado, un yugo, un hacha de batalla y un cáliz.” Dos hermanos ancianos intentaron tomar los regalos del cielo, pero éstos explotaron en llamas, y sólo el hermano menor logró arreglárselas para apropiarse de ellos.
Inmediatamente fue reconocido como el líder supremo del reino y le dio origen a la tribu escita conocida como “Escitas reales”, que dominaron las estepas ponticas y guardaron el oro que había caído del cielo. Los escitas se veían a si mismos al parecer como los habitantes nativos. De otra forma, no hubieran asegurado que los padres de su fundador, Targitaus, era un dios celestial e hijo de Borysthenes, conocida ahora como el Dnipró, el rio principal de todo el reino. El mismo mito nos aclara que, aunque gobernados por nómadas, los escitas se veían asi mismos como agricultores. Las herramientas que se les dieron del Cielo incluían no sólo un yugo, sino también un arado, un símbolo claro de una cultura sedentaria.
De hecho, Herodoto describió a los Escitas como divididos en jinetes y agricultores, cada grupo ocupando su propio nicho ecológico en la región al norte del Mar Negro. A la orilla derecha del Dnipró, vista desde el punto de vista de un barco navegando rio abajo, es decir, hacia el sur, directamente arriba de la colonia griega de Olbia, de cuyos ciudadanos y visitantes Herodoto tomó la mayor parte de su conocimiento sobre la región, identificó a una tribu llamada “Los Callipedios”, probablemente mestizos de matrimonios interraciales entre griegos y escitas locales. Hacia el norte, a lo largo del Dnister y al norte de las estepas controladas por los Escitas Reales, habitaban los Alazones, quienes “en otros aspectos se asemejan a los escitas, pero ellos siembran y se alimentan de grano, y también de cebolla, ajo, lentejas y mijo. ” Al norte de los Alazones, a la orilla derecha del Dnipró, Herodoto localizó a los aradores escitas, quienes producían maíz para vender. Sobre la orilla izquierda del mismo rio, colocó a los agricultores escitas, o “Boristenitas”. Escribió que estas tribus son bastante distintas de los escitas del sur, quienes habitan las estepas ponticas.
Herodoto encontró las tierras a lo largo del Dnipró como dentro de las más productivas del mundo:
El Borístenes (Dnipró), el segundo más largo de los rios escitas es, en mi opinión, el más valioso y productivo no sólo de los ríos en esta parte del mundo sino que en cualquier otro sitio, con la única excepción del Nilo, con el que ningún otro puede ser comparado. Provee la pastura más fina y abundante, por mucho la provisión más rica de las mejores clases de pescado, y la más excelente agua potable, clara y brillante, en cualquier otro de los rios, que en las cercanías son turbios; ningún cultivo crece mejor en cualquier parte del mundo que a lo largo de sus orillas, y en donde el grano no es plantado, el simple pasto es el más lujoso del mundo.
Una descripción muy adoc, por cierto.
El suelo negro de la cuenca del Dnipró, el Chornozem, es considerado aún en la actualidad dentro de los más ricos del mundo, lo que hace que Ucrania sea considerada “el granero de Europa”.
Las tierras en la parte media de la cuenca del Dnipró, colonizadas por agricultores, no llegaban aún a la frontera de la tierra conocida por Herodoto. También existían otros pueblos al norte, sobre los cuales no sólo ni los griegos de las colonias, sino que tampoco los escitas de distintas profesiones sabían nada sobre su estilo de vida. Esos pueblos habitaban la última frontera. Al lado derecho del Dnipró, se llamaban “Los Neuri”; y a la izquierda, un poco más lejos al norte y al este, simplemente se les decía “Los caníbales”. Horodoto no llegó a saber mucho sobre ellos, pero la ubicación de los Neuri en los pantanos del Prypiat en la frontera actual de Ucrania y Belarús, coincide con una de las más probables regiones que ocuparon los antiguos eslavos, en donde se encuentra alguno de los dialectos más antiguos de Ucrania.
Si uno confía en Herodoto y sus fuentes, el reino escita fue un conglomerado de grupos étnicos y sus culturas, en las cuales la geografía y ecología determinaron el sitio a ocupar por cada grupo en la estructura general del reino y en su división de labor. Los griegos y los escitas helenizados ocupaban las costas, sirviendo de intermediarios entre el mundo Mediterráneo de Grecia y las tierras remotas en términos de comercio y cultura. Los productos comerciales principales eran los cereales, pescado seco y los esclavos, que provenían de las tierras altas o las áreas de estepas mezcladas con bosque. Para llegar a los puertos del Mar Negro, y a esos productos, en especial cereales y esclavos, había que pasar por las estepas habitadas por los Escitas Reales, quines controlaban el comercio y conservaban la mayoría de los productos para si mismos, dejando parte de su dorado tesoro en las desembocaduras de la región. La división que Herodoto describió entre costa, estepa y bosque, sería una de las principales divisiones geográficas en la historia de Ucrania, que duró por siglos, si no milenios.
El mundo escita, de muchas capas, que representó en sus “Historias”, llegó a su fin durante el siglo III antes de Cristo. Los romanos, quienes tomaron el control de las colonias griegas del norte del Mar Negro y extendieron su protección a ellos en el siglo I d.C., tuvieron que lidiar con los distintos maestros de las estepas.
Los sármatas no eran un poder menos intimidante en la región de lo que habían sido los escitas, pero sabemos muchísimo menos sobre ellos. Esto se debe principalmente por el comercio entre las colonias griegas y las partes remotas de Ucrania, y con ella, el flujo de información, que lo que había florecido bajo el gobierno escita que llegó a casi un alto total durante el gobierno sármata. Estos desplazaron a los escitas hacia la Crimea, en donde los antiguos gobernantes del reino crearon uno nuevo, llamado “Escitia menor”. Los escitas controlaron la península y las estepas inmediatas a su norte, incluídas las colonias Griegas. Los sármatas conservaron el resto de las estepas ponticas pero no tenían acceso a las colonias griegas. Los escitas, por su parte, perdieron el control de las estepas y las tierras remotas. El conflicto entre los dueños antiguos y nuevos de las estepas dañó el comercio y prosperidad y, con el tiempo, la seguridad dentro de las colonias riegas, puesto que tanto escitas como otros pueblos nómadas exigían dinero y bienes a los colonos, sin importarles si florecían o no. Otro poderoso factor que redujo el comercio fue la aparición de nuevos proveedores de productos agrícolas a los mercados del Mediterráneo. El grano ahora venía de las costas agea e iónica de Egipto y del Medio Oriente por las rutas comeciales que protegían los conquistadores de Alejandro el Grande y el surgimiento del Imperio Romano.
Cuando los romanos extendieron sus dominios a las costas norte del Mar Negro durante el primer siglo antes de Cristo, revivieron algo del antiguo comercio proveyendo a las colonias griegas ahora bajo su gobierno, con un cierto grado de seguridad, pero eso probó ser una tarea muy ardua.
Ovidio, cuyo nombre completo era Publius Ovidius Naso, fue exiliado por el Emperador Augustus durante el año 8 d.C. a un sitio llamado Tomis, en la costa del Mar Negro, actual Rumanía y falleció allí diez años después, nos dejó una vívida descripción de los peligros de la vida cotidiana en estas colonias marítimas griegas al cambio de milenio:
Innumerables tribus en torno a nosotros amenazan con feroces guerras, y piensan que es una desgracia existir sin saquear. Allá afuera no es seguro en ningún lugar: la propia colina está protegida por unos frágiles muros, y la ingenuidad de sus guardias… Estamos apenas protegidos por el escudo de la ciudad: e incluso los bárbaros pululan adentro, mezclados con los griegos, algo que inspira temor, pues los bárbaros viven junto a nosotros, sin discriminación, e incluso ocupan más de la mitad de las casas.
Esta lamentable situación, causada por las hostiles relaciones con los vecinos “bárbaros” y la falta de seguridad, no podía más que reflejarse pobremente en las alguna vez prósperas colonias de la región. Dio Chrysostom, un orador y filósofo griego que afirmó haber visitado la ciudad de Olbia, conocida por los extranjeros como “Borístenes” a fines del primer siglo d.C., nos dejó un reporte vívido de esta colonia en estado de decadencia:
La ciudad de Borístenes, en todo su tamaño, no corresponde a su antigua fama, dados los constantes ataques y guerras en su contra. Puesto que desde que la ciudad ha quedado en el medio de bárbaros por tanto tiempo — bárbaros también a quienes tienen mayor gusto por la guerra — siempre se encuentra en estado marcial … Por esa razón las fortunas de los griegos en tal región alcanzaron su punto más bajo, algunas de ellas sin estar ya unidas como para formar ciudades, mientras que otras disfrutan apenas de una mísera existencia como comunidades, y que mayormente son los bárbaros quienes acuden a ellas.
Tal era el estado de las colonias griegas más de un siglo después de la llegada de los romanos. La región nunca recuperó su prosperidad, comercio y conexiones con las regiones remotas que nos había narrado Herodoto en los días de gloria de esta parte del mundo.
Constantemente en guerra o en peligro de guerra con la población local, los colonos sabían muy poco sobre sus vecinos. “El Bósforo, el Don, los pantanos escitas quedan más allá”, escribió Ovidio, viendo al noreste de su exilio en Tomis, “un puñado de nombres en una región apenas conocida. Más allá no hay más que un frío inhóspito. ¡Ah, qué tan cerca estoy de los confines del mundo!”
El contemporáneo de Ovidio, Strabo, autor de las famosas “Geografías”, conocía un poco más sobre las estepas ponticas que el famoso exiliado romano. De Strabo es de quien podemos aprender los nombres de las tribus sármatas y las áreas bajo su control. Según él, los Iazyges y los Roxolani eran “habitantes de carretas” o nómadas, pero el famoso geógrafo no nos da absolutamente nada sobre la población sedentaria en las estepas boscosas alrededor del Dnipró, y ni mencionar las áreas forestales más al norte. A diferencia de Ovidio, sin embargo, no vivía entre los pueblos de la región; ni mucho menos sus fuentes fueron tan buenas como las de Herodoto. No sabían nada acerca de los “norteños”, y Strabo se quejaba sobre la ignorancia que prevalecía “en respecto al resto de los pueblos que van en orden uno tras otro hacia el norte; pues no se nada sobre los Bastarnos, no sobre los Saurómatas y nada, en una palabra, sobre ninguna de las tribus que habitan sobre el Ponto, ni cuán lejos están del Mar Atlántico, ni qué países tienen como frontera“.
Los informantes de Strabo venían de una de las colonias, pero si Herodoto realizó varias referencias al Dnipró, Strabo parecía más familiarizado con el Don. Sus fuentes, al parecer, provenían de Tanais, una colonia griega en la desembocadura del Don, que pertenecía al reino del Bósforo, la má poderosa unión de colonias griegas revividas con el arribo de los romanos. Para Strabo, el Don tenía un significado especial. Servía como la frontera más oriental de Europa, un término utilizado en la patria agea para descubrir la expansión de la presencia griega en el mundo exterior. Europa quedaba al oeste del Don, mientras que Asia comenzaba al este de él.
Por eso, al principio del primer milenio de nuestra era, cuando los romanos llegaron a las colonias pónticas, los territorios de Ucrania se vieron de nuevo al borde del mundo conocido por la civilización occidental. La frontera norte del mundo helénico se había convertido ahora en la frontera oriental de Europa. Y así permanecería por casi otros dos mil años, hasta que emergiera el imperio ruso en el siglo XVIII, redibujando el mapa de Europa, moviendo su frontera oriental hasta los Urales.
La división de las estepas pónticas en partes europeas o asiáticas no significaba mucho en el tiempo de los romanos. Strabo escribió sobre los sármatas tanto en el lado derecho como en el izquierdo del Don, y Ptolomeo, uno de sus sucesores, escribió durante el siglo II d.C., sobre dos sármatas, unos europeos, y otros asiáticos, una división que permanecería constante en las obras de geógrafos europeos por otro milenio y medio. Pero más importante que las fronteras imaginarias de Europa, fueron las fronteras reales de civilizaciones entre las colonias Mediterráneas en las costas al norte del Mar Negro y las de los nómadas de las estepas pónticas. A diferencia de las colonias griegas con sus fortalezas circundantes, las fronteras nunca estaban delineadas en roca, sino que formaban zonas muy amplias de interacción entre los colonos y los locales en donde los idiomas, religiones y culturas se entremezclaban, produciendo nuevas relidades, culturales y sociales.
Las tierras que separaban a los nómadas de las estepas y los agricultores de las estepas boscosas, conocidas tan bien por Herodoto, para Strabo fueron invisibles. Fuera que hubiesen desaparecido o que los escritores mediterráneos simplemente no las conocieran, es difícil de determinar. La geografía y la ecología siguieron siendo las mismas, mientras que la población probablemente no. Ésta simplemente se rehusó a quedar estática en el primer milenio de la era Cristiana.
Para ampliar, recomendamos acceder a los siguientes tags: